24 enero 2009

Chocolate con churros

Lo más importante es estar tranquila. Es sólo un nuevo trabajo, en una nueva ciudad. Probablemente en menos de lo que canta un gallo encuentra a alguien con quien salir, con quien ir al gimnasio o de compras. De momento sólo lleva dos meses viviendo en el quinto izquierda y el chico del quinto derecha, que da clase de lengua castellana en Teo, le ha pedido azúcar tres veces, pero no lo ha invitado a entrar a casa o a tomar un café. Todavía no tiene cafetera, la ha perdido en el traslado. Cualquier día sale y se compra una.

Laura tenía treintaypocos. En una ocasión tuvo una pareja fija, pero la había perdido entre los temás 35 y 42 de una oposición condenada al fracaso. Sin trabajo fijo para el estado y sin hombro sobre el que llorarle había aceptado un trabajo de contable en una pequeña y modesta constructora que intentaba sobrellevar los cambios de humor de una crisis de alfileres sobre la burbuja inmobiliaria. Su mesa favorita era la de la esquina, entre el calendario de Piensos Forza y la vidriera Art Decó con forma de sirena alada. El pie de la mesa era el de una vieja máquina de coser, una Singer que había dado vida a cientos de vestidos de boda y comuniones. Sobre ella una finísima lámina de marmol. Cuando Laura se sentaba, siempre pasaba los dedos por debajo de la mesa, casi temiendo encontrar las marcas de un nombre grabado en la piedra, como en aquella novela que había tenido que leerse en el instituto.

A las diez de la mañana paraba en la cafetería para desayunar, siempre chocolate con churros, mientras leía las portadas de los períodicos más relevantes en su portatil. Ahora mismo, mientras un abuelete se acodaba en la barra y pedía un café con leche, ella esperaba a que la señal intermitente del aerial del ordenador se iluminase con la wifi del local. CaféSanPedro 100% online.

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