09 enero 2009

Con leite I

Ni todo el oro del mundo se podría utilizar para pagar un minuto de su tiempo. Pero eso había pasado hace muchos años, al menos más de veinte.
Jorge, el menor de sus descendientes, lo miraba como si se tratase de un mueble viejo, una playstation 2, vamos. Alica, la mayor, ya no estaba para esos trotes, la universidad ocupaba todo su tiempo. Que tú ya no sabes cómo son las cosas ahora, abuelo, que con Bolonia todo está cambiando. Que no, cállate que no sabes, que no es así. ¡Qué te interesará a ti!
- ¿Qué es lo que estudiabas, Alicia? ¿Farmacia?
-Biología, abuelo, biología.
-¿Y esos qué hacen?
-Son los que estudian los animales, las plantas, las células...
-¿y qué es una célula?
-Es muy complicado, abuelo. Anda, que te pongo la tele un rato.

Bernabé ya no era el que había sido, lejos quedaban aquellas tertulias de bar y casinos en los que él era el centro de atención. Hace muchos años, muchos, muchos años, había decidido emigrar a Holanda. ¡Eso sí que era un país bonito! Aunque con un idioma muy feo, muy feo. Trabajaba de camarero por las mañanas, por la tarde de chico de los recados y por la noche descargaba camiones a las puertas de un pequeño almacén. Pagaban bien, nunca preguntó qué había en las cajas. Sin embargo, en sus noches de insomnio, en esas noches en las que el cansancio mantenía su cerebro inquieto y no dejaba que sus músculos se relajasen y adormecieran, soñaba con grandes tesoros escondidos, diamantes o esmeraldas de la lejana África, que viajaban en aquellas cajas, ocultas entre pilas de revistas de calceta.
Hoy a nadie interesaban sus historias. Por eso cada tarde, desde el día uno de Enero, bajaba al bar y se pedía un cortado en la barra. Sus ojos sonrientes escudriñaban el local despacio hasta que alguien se paraba en una mesa, solo, a leer el periódico o a esperar a otro contertulio. Entonces se acercaba sigilosamente y, a traición, ocupaba la mesa contigua. Rompía el hielo con una sonrisa, lo resquebrajaba con un comentario manido sobre el tiempo y lo hacía añicos con una finta inesquivable que siempre acababa en la misma frase...
-Pues me habían tocado 120 euros en la lotería. Un décimo de 20 euros que compré y claro, tenía la terminación en 5. ¡Ya ves! Si fuesen dos números sería más, pero en cinco. Y eso que yo estuve viendo el sorteo todo el día, que tengo los números premiados apuntados. Pero nada, salió el cinco. Conste que hace años ya que lo vengo haciendo. Desde que vine de Holanda. Ah... Holanda... ahora los tiempos no son así, pero antes las mafias nos usaban a los emigrantes para sus tratos con las joyas...

1 comentario:

mister_winter dijo...

t escribo aqui tmb, para q no se diga :)

eres la mas mejor, creo q no t lo digo lo suficiente