26 diciembre 2010

Facebook Xtmas

      Entro en facebook. Todavía no estoy totalmente despierta, ni siquiera parcialmente despierta pero en cuanto encuentro cierto sentido de la verticalidad, mientras la sombra de un café con leche se enfría a mi derecha, entro en facebook. Como siempre mi página de inicio es un batiburrillo de mensajes de amigos y allegados en un orden impreciso salpicado de trofeos virtuales ganandos en una granja o en el sencillo servicio a merced de organizaciones familiares de origen siciliano. Most recent, anda, sé bueno dios de los unos y los ceros  y pasa la aspiradora a este recibidor estilo camarote de los Hermanos Marx, no te cortes y trata de organizar a los invitados por orden cronológico. Bien, así mejor.


      Un sorbo de café frío, que a mí me gusta frío, acompaña las primeras lecturas cuasiconsientes. Actualizoacadaminuto, Vivoenelfacebook, Maburroencasademispadres y Ledoyatodomegusta odian la Navidad, hay una infinita tira de iconos amarillos en el país de la diversidad que me arrancan de un cómodo sofá que no es el mío y me transportan a una ciudad que recuerdo siempre bañada por el sol y, como buena gallega, falta de bares. La imagen del motor de ese encuentro se dibuja en tinta negra sobre blanco y pienso en hacer algo más rico a Vodafone para feliciatrle las fiestas.
      En la segunda página de uno de los instrumentos de comunicación y diversidad (ya sé que ya he mentado a la diversidad, pero es que facebook es tan diverso que me divierto diversando) más fuertes y loados, encuentro a uno de los dos navegantes de mi lista de VIPs, esos tales amigos. Probablemente el primero de los mensajes de paz y amor y, acontinuación, una nueva última hora de Vivoenelfacebook apoyado por Semedamalhablarperoescribiendosientocátedra que relatan las increibles historias de sus respectivos desayunos en menos de 160 caracteres.
      A estas alturas mi cerebro no soporta la visión de información que venga dada en más de tres líneas, así que cuando la pantalla reordena sus pixels para enseñarme al fantasma de un periódico, incluso los más escuetos titulares se me antojan densas obras literarias de oscura comprensión. Curiosamente los conflictos internacionales deben haberse tomado un descanso para hacer las compras de última hora porque de lo que más se habla en la prensa escrita es de deportes o de las memorias del tío de Wikileaks.
      Vencida por la voluntad de la mayoría me acabo la magdalena e intento borrar la voz de Ana Torroja de mi cabeza a través del legado de Carmona; vuelvo a facebook, busco hoy y click en enter, scroll, scroll, scroll hasta que veo la primera lista de reproducción de spotify del equipo de HET. Me gusta. Contraseña y play.   La música que me lleva al trabajo se materializa en la atmósfera y, como un reflejo Pauloviano, me cuelo en la ducha y salgo a la calle esperando ver ríos de bolsas, señoras malhumoradas y criaderos de adolescentes pugnando por comprarse todas las 34 de H&M bajo la melodiosa voz de Shakira. En el ascensor me planteo dar marcha atrás, subir, mirar el facebook y vomitar mi rabia contra el mundo. Comprar los regalos en amazon y sacarme el carnet de socio detractor de la navidad.


      Cuando abro la puerta del portal pienso que es una pena que todavía no me haya comprado nada de Dickens. ¡Paparruchas! Mascullo mentalmente mientras un ejecutivo con bufanda de Hogwarts me mira con aire de superioridad luciendo su trofeos envueltos en piel de elfo para el niño y la niña. Camino entre calles familiares que me hacen rejuvenecer, esquinas que recuerdo en un pasado no demasiado lejano, lugares que antaño suponían el premio de una buena tarde de domingo, el misterio de Piedra de una vida futura que me imaginaba plagada de la dulce y presuntuosa displicencia de los círculos literarios o del olor de las castañas secas y los libros nuevos. Me cruzo con viejos conocidos, abuelos que fueron padres cuando mi generación incendió la vida social y cultural de una pequeña villa de la que no quiero acordarme y, con absurda teatralidad, en un cruce flanqueado por cafés y zapaterías, arrancamos a declamar poemas de Zorrilla. Nos reímos, ¿sigues con el teatro? Sí, responde él. ¿Seguis vosotros en contacto? No, bueno, ellos, la mayoria sí. Yo no. Yo preferí caminar sola, pero ellos siempre lo supieron.
      Nos despedimos. Miro al suelo mientras camino, las calles están húmedas y las luces de los escaparates se reflejan sobre la piedra. Recuerdo el dolor del exilio, el renacer en esta cuna de miradas esquivas y reglas infinitas de guardar las formas y no puedo dejar de sonreir. Justo cuando empiezo a sentir que mis manos se entumecen con el frío, empujo la puerta verde de un refugio que siempre me ha recibido con los brazos abiertos. Tras el mostrador Eva se afana haciendo paquetes y, tras varios meses sin vernos, me guiña un ojo.  Al fondo, en la otra sala, el librero de catálogo de Caramelo contesta a mil y una duda y Retranca sigue apareciendo detrás de cada rincón. Como guiados por la paz de este refugio, varios pájaros que revolotean en mi cabeza se deciden a anidad y me ayudan a aprender algo más de ellos. El cambio no es físico, apenas se nota, pero me siento en paz. Supongo que esa paz es mi capa de Nieve, mi blanca Navidad.

      Al llegar a casa entraré en facebook y no sabré qué escribir, en cierto modo me alegro, esa plaza pública de inmensas soledades y grandes postes publicitarios poco puede entender de sentimientos.


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