Al
parecer, hacer una tortilla de patatas, en los foros y libros de cocina se
presupone como una receta “simple”. Buscando en internet, he encontrado las
siguientes instrucciones: necesito cuatro huevos, medio kilo de patatas, sal y
un cuarto de litro de aceite de oliva. No dice nada de la cebolla, pero años de
abstención de tortilla en mi hogar familiar, refuerzan la teoría de que la
cebolla es necesaria en la tortilla de patatas. Siguiendo esta colección de
fáciles instrucciones, se nos dice que pelemos las patatas, las cortemos y las
friamos en abundante aceite (también habría que freir la cebolla), a
continuación debemos batir los huevos y añadir sal, luego colar las patatas y
la cebolla, mezclarlo todo, devolverlo a la sartén con una cucharada de aceite
y esperar a que se cocine, siempre y cuando tengamos en cuenta que debemos
darle un par de vueltas, ayudándonos, en la medida de lo posible, con un plato.
Et, voilá! He aquí la tortilla.
Concidiréis
conmigo en que esta receta “fácil”, realmente es una quimera. No creo que me
equivoque demasiado al decir que la mayoría de nosotros, en nuestro primer
intento de realizar una tortilla de patatas, conseguimos un resultado
comestible pero que, a decir verdad, no tenía nada que ver con la tortilla de
patatas de mamá o, si necesitamos hablar de profesionales, de la abuela. Hay un
toque de calidad, de experiencia, de genialidad incluso, en estas tortillas.
En cierto
modo, pensando sobre esta idea vagabunda,
y sobre algún que otro privilegio que he tenido durante estos últimos
días, he podido meditar sobre el sutil, pero delicado y complejo, arte de la
creación de personajes. Una historia no es historia si no tiene un buen
protagonista y un ambiente creíble, ambiente en el que también tienen muchísimo
peso todos esos personajes secundarios o corales, si hay más de un
protagonista, que cambian los matices de lo que acontece y convierten lo
mundano en lo extraordinario. Desde luego, yo no soy la más adecuada para
hablar de la creación de personajes, pero sí puedo decir que, el secreto,
parece estar en los detalles. Como en la tortilla, según los grandes teóricos
de la narrativa y la escritura creativa, siempre podemos seguir unas pautas y,
curiosamente, el nombre del personaje no suele ser determinante a la hora de su
creación, la mayoría coinciden en que es un detalle más, como elegir si le
echamos pimiento o no a la tortilla, sin embargo sí que insisten sobre la
importancia de un trasfondo, de un bagaje cultural y sentimental que los haga
creíbles, que eleve esa bidimensionalidad otorgada por las letras y las
descripciones, o los diálogos, y los eleve a la tercera dimensión, que les dé
profundidad. Como esas imágenes de “el ojo mágico” de entrada conocemos a los
personajes de un modo idéntico, a través de una voz, sea la suya o la del
narrador omnisciente, a través de una crisis, o de varias y todo nos parece un
gran batiburrillo. Somos capaces de diferenciar colores y formas básicas pero
no somos capaces de ver más allá, vemos los nombres, las pequeñas
características generales que persiguen que seamos capaces de diferenciar a
unos y otros al no poder emplear imágenes como en el cine o en los cómics,
junto con las continuas referencias en cada momento a “dijo ella”, “se acarició
la barbilla, encontrando la cicatriz que marcaba su cara desde los tres años”,
“contestó Humberto”, etc. Poco a
poco, la historia, el lugar en el que se desarrolla, los tiempos, hacen que
empecemos a difuminar a esos personajes al tiempo que encajamos toda la
información que vamos aprendiendo de ellos a lo largo de la lectura, como en el
dibujo, tenemos que dejar de fijarnos en los detalles, enfocar más allá e
intentar ver lo que está escondido, encontrar lo que el autor nos revela entre
líneas y no lo que parece obvio. Es entonces, en algún momento indeterminado,
intangible, pero real, cuando, por fin, los colores, las formas, los detalles
de la ciudad en la que el personaje ha crecido, las anécdotas de su vida, todos
los pequeños detalles que nos parecían superfluos, se unen para crear una imagen
con perspectiva, con volumen y con entidad: de personaje, llegamos a persona.
Parece sencillo, pero no lo es y, al mismo tiempo, es fácil caer en la
tentación de ahogar al lector con detalles, con referencias históricas, con
aluviones de sentimientos y explicaciones Freudianas en las que, una y otra
vez, se psicoanaliza y somete a los demás miembros del teatro de su vida al
mismo tipo de terapia y que, pese a nuestros intentos, no consiguen generar esa
sensación de realidad, de tridimensionalidad del objeto descrito. Otros nos
llegan al corazón, se convierten en nuestros compañeros y los recordamos como
si, en verdad, los hubiéramos llegado a conocer en persona.
En mi
experiencia, estos personajes tridimensionales, son mágicos, especiales,
impresionantes, tan redondos que es casi imposible que puedan ser reales, pero
no resultan irreales en su psique, en sus motivaciones en sus experiencias.
Supongo que todos podemos pensar en algún ejemplo que ilustre estas
situaciones, tanto en el cómic, como en el cine o en la literatura. Dentro de
mis favoritos están Al Swearengen (de Deadwood), Jazz Maynard (de la serie homónima) y, más
recientemente, Gabriel dos Mourelo (del maravilloso libro de Agustín Fernández
Paz: Non hai noite tan longa).
No sé vosotros, pero yo creo
que David Milch, Raule y Roger y Agustín Fernández Paz hacen unas tortillas
estupendas.
5 comentarios:
De creación de personajes ni idea pero ahora que he llegado al Nirvana de la tortilla, si necesitas te puedo aconsejar en profundidad sobre la materia XD
He visto también muchos errores de gente que intenta seguir el manual y se pasan. En vez de darles personalidad caen en el ridículo.
Estoy pensando, por ejemplo, en cierto cambuj y cocorota.
Zalo:
Pues no te digo que no te invite a darme una clase magistral de como hacer tortillas, no :P
Kuching:
Lo normal es que la gente se quede en el umbral de crear a un personaje tridimensional, a mí me parece dificilísimo y sí, hay múltiples ejemplos de esos casos en los que seguimos los pasos, uno a uno, y lo recargamos tanto que nada tiene sentido. Cambuj y cocorota son dos buenos ejemplos de lo que estamos hablando pero también se me ocurren algunos personajes de los que podrías dar los más curiosos datos biográficos pero que, sin embargo, no tienen esa presencia, esa entereza que te hace pensar que, en cualquier momento, el aire de la habitación se va a condensar en un punto frente a tus ojos y, de repente, aparecerán ellos y te hablarán a la cara, como un igual.
Lo que quería decir, es que algunas veces no hay que pensarlo tanto. Para cocinar o para escribir a veces es mejor olvidar seguir los pasos de la receta y ponerse a hacer las cosas.
También ayuda tener hambre...creo que para ambos casos ;)
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