27 octubre 2010

CAPÍTUNO 1: HOY EMPIEZA TODO

HOY EMPIEZA TODO

Puede que sea el sabor. Puede que sea la sensación suave y melosa del humo quemando la garganta o ese regusto a pan de maíz poco cocido al exhalar. Puede que lo que le fallen sean los nervios y, divertida, se imagina sentada junto a la marquesina del autobús, abriendo una pequeña cajita de plata labrada con elegantes detalles en madreperla; sellada con una cinta roja de terciopelo que reza “nervios”. Cuando la abre su interior vomita un sinfin de bujías y conmutadores que corren a ensamblarse en ruedas de engranaje parcialmente desdentadas, produciendo pequeños fallos acumulables, los cuales, dado el tiempo necesario, llevarán la situación al desastre. La imagen permanece anclada en su mente durante lo que parecen horas y, de repente, los cuatro jinetes del Apocalipsis se hacen al camino y pisotean sus sueños, trayendo a través de las ondas sonoras a un amanecer al que no acompaña el alba.
Lo siguen rutinas llevadas a cabo en una tenue oscuridad. Su consciencia permanece anclada en su más que vivo subconsciente y son sus manos las que apartan los obstáculos que encuentran por el camino. Palía el ansia con un largo trago de café que apenas consigue hacer que olvide el éxtasis de nicotina, sabiéndose rechazada por una hipócrita sociedad. Lentamente estira la mano hasta la mesita auxiliar y, con el cariño de un amante arrepentido, desliza las yemas de los dedos por los puntiagudos cantos de la cajetilla. Es un movimiento fluído, delicado, incluso cuidadoso. Sólo necesita dos dedos para exponer el fruto del pecado, haciendo rodar una trampilla de cartón que se le antoja la más dulce puerta al infierno. Dos dedos para rebuscar entre un mundo de cilíndrico diseño al elegido, al añorado, al áspero y condescendiente siervo del dios del placer que muera entre sus labios. Dos dedos para llevarlo a su boca. Dos dedos para inflamar con lánguidas llamas su apremiante urgencia y aspirar... aspirar... aspirar hasta que el mundo vuelve a inundarse de sonidos y colores.

-¿Cuándo vas a dejarlo? - Pregunta él. Siempre hace las mismas preguntas por la mañana, ¿cuándo vas a dejarlo? es, sin duda, una de las que más repite.
-No lo sé -responde ella siempre- quizá cuando me invites a desayunar y no tenga que buscarme una excusa para encontrarme contigo.

Esta es la primera vez en la que tontean, la primera vez que sus ojos se miran fijamente buscando algo más que la mera presencia de una sombra que protege su tesoro del frío viento del invierno. Los dos se ríen, ignorando la carga sentimental de este desafortunado comentario destinado a perderse en el vacío de la mañana. Al volver a la oficina las miradas perdidas de sus compañeros se distraen en las delicias de las redes sociales y las portadas de los periódicos. Sobre su mesa un par de bolígrafos, un ordenador y un cuaderno de papel rayado le devuelven la mirada y, mientras todos parecen saber qué quieren hacer, ella se pregunta por qué está sentada en ese lugar, rodeada de esas personas, tratando de encontrar ese extraño sentimiento de pertenencia a un mundo, a un trabajo, a un lugar. No puede ser tan dificil si todos los demás son capaces de conseguirlo. En la mesa de enfrente reside Elena, una de las recién llegadas. Apenas se las arregla para cumplir los plazos pero tiene encandilados a los jefes. Desde su primer día no ha parado de recibir alabanzas y palabras de aliento que ella encaja con espectacular elegancia. Parece una persona reservada, eficiente, una de esas típicas mujeres que jamás ha roto un plato. Una perfecta madonna y futura matrona. Lleva el pelo corto, no demasiado, no sea que sea interpretado como un acto de rebeldía y tampoco demasiado largo, pues no es menester de una fémina rondando los treinta el presumir de melena. Ante la amenaza de la edad se ha puesto mechas rubias que contrastan con el color moreno de su piel de playa mediterránea. Embutida en trajes que parecen haber sido diseñados para Jackeline Kennedy se pasea los pasillos del edificio haciéndose la encontradiza, pidiendo mil perdones al tropezar con alguien que pueda sentirse ofendido o llevando a su tela de araña a los más inocentes.
De día se muestra serena, tranquila, incluso un tanto incauta. Como casi todos deja atrás un pasado de padres excesivamente protectores y sufre las consecuencias de una adolescencia sin freno y sin acné cuando el cuerpo ya es demasiado viejo para sobrellevarla. Cuando ella la mira, recuerda una canción de The Verve y se siente vieja y cansada, deprimida, consciente de su propio destino en una caja de madera. Hay gente que nos hace sentir vivos, este no es un ejemplo.
Elena recibe muchos e-mails. Es una de esas personas que se mantiene socialmente activa constantemente. A menudo recibe varias invitaciones de amistad y siempre tiene un plan al que recurrir si las citas planeadas para el fin de semana no pueden llevarse a cabo. Últimamente ha decidido confiar sus más oscuros secretos en ella, mientras comparten espacios plagados de humo buscando una vía de escape a la monotonía. La primera calada se saldó con el relato de su última noche de sexo, ella estaba borracha, él estuvo bien. No sabe si volverán a verse pero está interesada en comenzar una relación formal con su vícitima. Pese a que debería visitar a Nelly, de la que habla como si ella la conociese, cree que todavía está bastante bien pero que debería darse un repaso para poder disfrutar como es debido de toda la experiencia. La segunda calada se ha centrado en su relación con uno de los responsables de su proyecto, un hombre encantador que lleva varios años en la empresa negándose a llegar a un puesto más alto por temor a mayores responsabilidades. Tiene una sonrisa preciosa y, a veces, se une a ellas a la hora del café. Sus anécdotas saben a sirope de arce, huelen a madera húmeda y dejan el regusto de las buenas historias contadas a la luz de la lumbre. Hace dos días que vive en un hotel tras haberle propuesto a su mujer un divorcio en virtud de una nueva relación con Elena. La tercera calada se traga en silencio y con la cuarta llega el desacuerdo de vivir en un mundo que parece ser injusto con los necesitados. Eventualmente Elena vuelve al trabajo, a buscar sus mails y contestar breves mensajes de texto abandonados a su suerte en un mar de skypes y messengers. Ella prefiere quedarse sola en las escaleras, mirando al cielo gris invernal y arrebujándose en su abrigo de paño y su bufanda de punto.

-¿Cuándo vas a dejarlo?- Escucha entonces, y su cara se ilumina con una sonrisa al descubrirlo a su lado, sosteniendo un ajado y humeante vaso de plástico repleto de un café tan negro que podría tragarse toda la luz del día y un escuálido pitillo liado con demasiadas hebras para su propia integridad estructural.
-Creo que ya lo lo he dicho esta mañana.
Se ríen y miran hacia la carretera frente a ellos, escuchando el melancólico rugir de taxis, autobuses y atareados automóviles que serpentean río de asfalto abajo a media mañana.
-¿Cómo te llamas? - pregunta de nuevo. Tiene una sonrisa amable, poblada de pequeños dientes maltratados por años de falta de higiene bucal y demasiadas cervezas. Los labios finos y un pequeño bigote rubio de barba suave y cuidada ocultando una finísima tira de piel entre su nariz y su boca, al estilo de un extraño mosquetero.
-Alice.
Él se ríe, dejando que sus ojos del color del hielo dejen de enfocarla a ella para centrarse en la autocaravana de comida rápida que, como todos los días, acaba de aparcar frente al edificio, trayendo todo un surtido de hamburguesas, perritos calientes y bocadillos de bacon con lechuga y tomate, inundando el frescor de la mañana con el penetrante olor a grasas saturadas y queso fundido.
-Alice … -repite, todavía riéndose, bebiendo un trago de café, paladeando un trago de café como si fuese el elixir del total conocimiento. - Alice... what´s the matter? -canturrea ahora, haciendo que ella se deshaga en una cascada de carcajadas sin medida.
-¿En serio? - pregunta ella, ahora, sorprendida por la referencia musical - ¿Nada de Alicia en el País de las Maravillas? ¿Ninguna referencia a trajes azules y mandiles de blanco nuclear? ¿No vas a decirme que llegas tarde?
Él dice que no con la cabeza y sigue canturreando, sin mirarla directamente, sin perder la sonrisa. Ella asiente y escucha su particular version de Terrorvision y, por una vez desde hace muchísimo tiempo, cree que puede ser un buen día.
-Algo acerca de ti realmente me motiva, como una taza de café caliente en una taza caliente de café...

1 comentario:

Sonia dijo...

No hay más?????!!!!?!?
quiero seguir leyendo!!!!
ponte a escribir YA!!