13 febrero 2011

¡Oh, fortuna!



Hace bastantes años, creo que viajando en tren, ya que el tren solía ser uno de mis más inspiradores compañeros, pensaba en toda esa gente que compra lotería con la esperanza de que le toque algo, si acaso el reintegro. Este tipo de extrañas divagaciones, junto a la poca concienzuda lectura de un nutrido fijo de papers que acostumbraba a sacar de turisteo por el ancho mundo, me hicieron barajar la posibilidad de la fortuna como un intercambio energético, un modo en el que un sistema A podría intercambiar, ceder, o tomar, suerte de un sistema B, siempre que la suerte total del Universo permaneciera constante. Algo que parecía bastante lógico y que se me antojaba preñado de sentido.

Por ejemplo, es posible que alguien tuviese la suerte de que le tocase la lotería, no algo pequeño, sino el Gordo, pero, en la mayoría de los casos o leyendas urbanas, esa persona acababa siendo desgraciada por otras razones. A mí esta relación directa de persona que extrae suerte del sistema y que la devuelve no me convencía demasiado, la verdad. Es más, la idea del rico desgraciado o pobre rico me sigue pareciendo más una milonga para que el común de los mortales nos sintamos bien con nosotros mismos que el hecho fehaciente de un mal congénito que sólo afecte a los starlets políticos, famosotes o agraciados del Gordo o el Niño (que no el niño gordo).

Sin embargo, cada vez con más ahínco, creo que la Suerte es una forma de Energía. Hay una cantidad constante y, por desgracia, todavía no hay feng-shui, religión o mojo-rollo que nos enseñe a coger y dar la cantidad precisa de fortuna que necesitamos en cada caso de un modo paulatino y gradual. De modo que, en ausencia de equilibrio, nos vemos forzados a tropezarnos una y otra vez con golpes de suerte y tremendas e impredecibles desgracias.

Es la única explicación lógico-empírica que encuentro a que, en esta semana, Mubarak abandone Egipto y a mi alrededor, a la gente a la que conozco, no dejen de acontecerle putadas cósmicas que parecían estar agazapadas en el éter, a la espera de una víctima fuerte y saludable.

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